lunes, 21 de enero de 2013


Y arranca… cientos inician el reto de los 1000 kilos con Rapport 

Saltillo, Coah.- Rapport arrancó este sábado el programa 1000Kilos+10/5K en su edición 2013. Más personas se sumaron nuevamente al programa de entrenamiento físico y mental con valores, que ha cambiado la vida de cientos de personas.

Rapport abrió sus puertas nuevamente para que los habitantes de Saltillo y rededores, reciban sin costo alguno una instrucción que les permite el acceso total a un programa que ha logrado mejorar la salud pública.

En esta edición 2013, a diferencia de la de años anteriores, se han adicionado modificaciones importantes como implementar dispositivos tecnológicos en el entrenamiento, establecer carreras de diferentes distancias y entrenamientos grupales durante los próximo 4 meses.

El programa, además, por primera vez se compromete a reunir 1 millón de kilómetros caminados o corridos por los participantes durante la duración del mismo. Para medir esto, los integrantes del equipo 1000Kilos recibieron un podómetro, que les permitirá saber la distancia que recorren diariamente dentro y fuera de sus entrenamientos.

Ricardo Sala Núñez, Presidente de Grupo Rapport y entrenador mental, impartió este sábado las primeras conferencias del programa y los entrenamientos iniciarán a partir de este domingo 20 de enero.

“Para Rapport es un orgullo que más personas decidan cambiar su vida y hayan elegido nuestro programa gratuito para ello (…) agradecemos su confianza y su compromiso y les decimos que a partir de hoy empezarán a trabajar para mejorar su peso y talla y en general para mejorar su salud mental y física. Es un privilegio que nos permitan guiarlos en este propósito”.

jueves, 13 de diciembre de 2012


Y entonces… fui un Ironman.

La reseña de mis horas para cumplir una experiencia transformadora.

Cozumel, Quintana Roo. 25 de Noviembre de 2012.


Era la mañana del sábado previo al Ironman, estábamos en el Parque Chankanab, justo donde sería la fase de natación de la prueba. El lugar me resultaba familiar por las veces anteriores en las que había practicado y competido la natación para el triatlón. Me encontraba con mis amigos de Saltillo, todo era buen humor, risas y mucha emoción por meternos al cristalino y espectacular mar de la isla de Cozumel.

Nos pusimos de acuerdo y recuerdo haberles comentado, “les sugiero que naden entre treinta y cuarenta minutos, nos vemos justo aquí al terminar nuestro entrenamiento”. Dejamos nuestra utilería bajo un árbol, caminamos por el muelle y cada quien fue tirándose al mar. Todo parecía normal, como en otras ocasiones, pero el mar nos tenía una sorpresa. Al entrar quise nadar, no podía, las olas no me permitían ligar tres o cuatro brazadas continuas (anteriormente no existían olas, era siempre un mar calmado y sin muchas corrientes). Me entraba agua a la boca, no podía ver hacía el frente por la altura de la marea y simplemente al bracear sentía que no llegaba a ningún lado.

Mi sentimiento era totalmente inusual, era como estar metido en el mar cuando nadie debería de estarlo por lo peligroso que se comportaba. Hasta imprudente me sentí, a pesar de conocer mis capacidades como nadador. Después de intentar avanzar y nadar hacia algún lado para entrenar, decidí volver al muelle, simplemente no encontraba la fórmula para avanzar y lograr ligar algunas brazadas seguidas sin el sentimiento de que me encontraba en el mismo lugar sin avanzar. Salí del mar, subí hacía el muelle y vi mi reloj, solo había “nadado” catorce minutos de los supuestos treinta o cuarenta, caminé hacia el árbol del encuentro con mis amigos, obviamente ellos aún no salían del mar, y recuerdo haber ido muy pensativo, las risas habían desaparecido y otro grupo de triatletas se encontraban al lado mío totalmente serios y pensativos. Podías perfectamente identificar quienes ya habían entrado al agua y a los que aún no. Los primeros tenían cara de preocupación, los segundos risas y alegría.

Regresamos a nuestro hotel en las bicicletas, notando que el viento jugaría otra parte importante, pues se mecían repetida y violentamente mientras volvíamos. En mi mente ahora era otra competencia en cuanto a estrategia, la natación se convertía en la etapa más dura del ironman, seguida de la bicicleta por el viento y el maratón pasaba a ser en teoría la parte menos ruda del triatlón. Con esos pensamientos viví mi sábado previo al ironman de Cozumel. Recuerdo en momentos haberle comentado a mi esposa: “¿qué me enseñará Dios y la vida mañana? ya que para este evento me preparé entre seis y ocho meses, y ahora el clima jugaba un papel fundamental que anteriormente no lo era. Solo pedía a Dios que el clima cambiara un poco para el domingo, sin embargo, el que tuviera que ser, sería el perfecto para aprender y experimentar un nuevo reto. Todo es perfecto en el momento preciso, sólo tenía que estar preparado para esas condiciones.

Al día siguiente me desperté a las cuatro de la madrugada, hice un poco de yoga y medité por unos minutos para tener paz interior. Tomé mis útiles que había preparado la noche previa y me dirigí al autobús que nos llevaría al Parque Chankanab para iniciar el Ironman.

El clima era muy similar al del día anterior, mucho viento y eso significaba un mar “picado”. Ya en la zona de transición, preparé mis enseres junto a mi bicicleta, revisé las llantas, frenos y cambios para estar seguro de que todo funcionaba a la perfección, tal cual lo había hecho la tarde previa, eran casi las seis de la mañana ya, y todo estaba listo para iniciar en punto de las siete un día de horas de ejercicio físico, mental y espiritual.

Después de meditar y dejar que pasara el tiempo, me tiré del muelle hacia al mar cuando faltaban escasos cinco minutos para el disparo de inicio, revisé la corriente y el primer kilómetro lo nadaría contra corriente hasta la primera bolla de retorno. Busqué un lugar para situarme en medio de otros competidores y así irme junto con ellos y sopesar un poco el oleaje en contra. En eso escuché la chicharra de inicio y todos se lanzaron al mar y empezaron a nadar apresurados como si la competencia fuera de cien metros. Sentía como si una estampida de búfalos viniera tras de mi, el sonido de los brazos chocando contra el agua y la calma del fondo del mar cuando sumergía mi cabeza, contrastaban de modo interesante. Al inicio pensé que sería un poco peor, sin embargo empecé a tomar ritmo y sentía que avanzaba junto con el resto del grupo, había algunos golpes naturales y de esperarse de los otros nadadores que se encontraban delante, en mi lado izquierdo, derecho y detrás, realmente estaba muy atento a cualquier golpe de cualquier lado que viniera, pero seguía nadando de forma fluida.

Para mi sorpresa, llegué a la primera bolla de retorno con cierta facilidad, sabía que llevaba un kilómetro nadando en contra y había pasado relativamente fácil, viré hacia mi izquierda y nadé un poco mar adentro para encontrar la siguiente bolla y después di vuelta de nuevo hacia mi izquierda para nadar dos kilómetros de regreso. Esa parte me llenó de motivación ya que avanzaba rápido y con cierta facilidad, me di cuenta que iba a favor de la corriente y mi esfuerzo era nulo.

Calculo que estuve así por alrededor de treinta minutos, vi a la distancia la última bolla de retorno para nadar el último kilómetro hacia el muelle de inicio y terminar mi etapa de natación, cuando di vuelta hacia mi izquierda tuve un mal presentimiento, la corriente en esa parte del mar era mucho más fuerte y en contra, el oleaje era agresivo y a pesar de mis brazadas la sensación de no avanzar era inconfundible.

Tomé un punto de referencia en el fondo del mar, era una roca, y lo que presentía lo confirmé, no avanzaba como de costumbre. Me pegué a otro nadador para tratar de crear menos resistencia al agua, funcionó; sin embargo, ambos nadábamos lento luchando contra la corriente y el oleaje. Después de nadar aproximadamente, y según mis cálculos mentales, durante unos veinte minutos, no lograba ver ni la última bolla ni el muelle de llegada, era hasta cierto punto desesperante pero tenía que estar con mi mente clara y limpia de cualquier pensamiento que no fuera útil en ese momento.

Después de unos minutos más, por fin logré ver el muelle a lo lejos, apunté mi cuerpo hacia el mismo y me programé para nadar y nadar hasta verlo realmente cerca. Pensé que Dios se encontraba dentro de mi cuerpo nadando, en el cuerpo de Ricardo Sala, pero Dios era quien nadaba, así podía tener la sensación de seguridad, confianza y amor mientras avanzaba.

No sé cuánto tiempo nadé, ya que me concentré tanto que sólo hacía dos movimientos, brazo derecho-brazo izquierdo. Así perdí la sensación del tiempo lo cuál había entrenado en los últimos meses. La última etapa de mi entrenamiento mental consistió en “borrar” el tiempo real. Me sirvió, ya que de pronto el muelle estaba muy cerca. Vi las escaleras para salir del agua y mi sorpresa fue que cuando salí y revisé mi reloj, advertí que en mi etapa de natación, de una hora y veintitantos minutos, excedí en demasía comparado con las pruebas de años anteriores en el mismo mar y en la misma competencia. Ni hablar. A lo que sigue.


Me dirigí rumbo a mi bicicleta, me puse el casco, mi número de competidor y corrí hasta la zona de monte, ahí me subí, me puse mis zapatillas mientras avanzaba y empecé a pedalear. La etapa de natación había quedado atrás, había sido una etapa muy dura y pesada, pero ya era parte del pasado, ahora era el turno de mis piernas y mi bicicleta.

Los primeros kilómetros fueron de adaptación y comer algo. Pedaleaba no tan fuerte para mi forma habitual, pero rebasaba a otros competidores con cierta facilidad. Mi velocímetro me marcaba que rodaba a 40 kilómetros por hora, sin esfuerzo alguno. Efectivamente, el viento tenía que ver con mi velocidad, así que decidí apretar el paso, ya que sabía que del otro lado de la isla el viento iba a estar en contra. Después de una media hora de pedalear a buena velocidad por encima de los 40 kilómetros por hora, a mi lado derecho apareció el inmenso mar azul, imponente y bellísimo. Junto a esa espectacular vista, llegué a lo que me esperaba: el viento en contra.

Mi bicicleta se movía como un caballo bronco que trataba de ser domado al puro estilo del oeste, sin embargo, en mi mente solo había una programación: pedalear sin parar pasara lo que pasara, sin la ya mencionada sensación del tiempo.

Nunca pensé en el maratón o lo que me pudiera esperar después de la etapa de bicicleta, yo pedaleaba con toda mi fuerza contra el viento y mientras rebasaba a un norteamericano alcancé a escuchar decirme: “Hey!, we still got 90 miles to go!” (Hey! aún tenemos 150 kilómetros por delante!). Yo solo pedaleaba con mente clara y en blanco, dejé de nuevo que Dios tomara mi cuerpo y fuera Él quien pedaleara. Me puse a disfrutar del viento en contra y del reto que estaba experimentando.

Ocasionalmente me ardían las piernas, pero con trabajos de energía interna hacía que desapareciera el ardor para poder ir pedaleando sin esa sensación y sin otros problemas. Después de 40 minutos con viento en contra, di vuelta 90 grados hacia la izquierda para tomar la carretera hacia el pueblo. El viento en esa zona ya no estaba en contra, pero tampoco a favor, pegaba más bien de lado y mi compañera de viaje se movía cuando entraba en esa especie de bolsas de aire.

Debía estar atento a las ráfagas e impedir que me tomaran desprevenido. Transcurrieron los minutos. Llegué al boulevard de entrada, donde la gente estaba volcada en las calles apoyando a los triatletas. Nos gritaban de todo, con la única intención de darnos ánimo para completar el reto del Ironman. De pronto, e involuntariamente, producto de mi inconsciente, se me vinieron a mi mente mis hermanos y mis padres. Tal cual como si esas familias enteras que salían a las calles fueran mi familia. Imaginé a mis padres y mis dos hermanos gritando “¡vamos Ricardo!”, aparecían una y otra vez en cada grupo de familias que se encontraban en las calles de Cozumel. Mis lágrimas empañaron y decoraron cual mapas, la mica de mi casco, no me importaba, el sentimiento era más grande que cualquier mancha frente a mí.

Con ese poderío en mi ser, entré al pueblo, donde cada vez había mas gente apoyando. Di algunas vueltas en esquinas para, de pronto, ver el primer tapete del cronómetro, había avanzado la primera vuelta de 60 kilómetros en un tiempo aproximado de 1 hora con 45 minutos, no estaba mal para haber enfrentado del otro lado de la isla a mi amigo el viento. Posteriormente, di vuelta para rodar por la avenida principal de Cozumel, por el malecón donde se encuentran la mayoría de los hoteles. Justo cuando pasaba frente al hotel donde me había hospedado, pasó algo que no me esperaba, mi esposa y mis dos hijos estaban parados ahí, como si supieran exactamente a la hora que pasaría frente a ellos. Fue realmente una gratísima sorpresa y otra recarga de energía increíble.

Viré mi cabeza hacia la derecha para prolongar mi visión con mi familia y escuché como mi hija me gritó: “vamos Papi!” y mi hijito repetía lo que su hermana mayor había sacado desde el fondo de su corazón. En ese justo momento, un sonido salió desde mi pecho que subió por mi tráquea y expulsó mi boca, un berrido junto con un sollozo salió para transformarse en energía pura en mis piernas. Fue un sentimiento de fuerza y felicidad. Saber que tengo una esposa y un par de hijos maravillosos, que nos amamos y disfrutamos las experiencias mutuas que nos da la vida.... Lloré durante unos minutos mientras pedaleaba con furia, ello se juntó con que mi amigo el viento se puso detrás de mi para empujarme y pasar de nuevo por el parque Chankanab, era el inicio de la segunda de tres vueltas por la isla.

La segunda vuelta fue muy parecida a la primera, me concentré, realizaba solo dos movimientos, pierna izquierda y luego pierna derecha sin la sensación de esfuerzo, dejé que Dios tomara mi cuerpo y me aislé del resto de la realidad.

Pasaron 50 kilómetros en dicho estado para despertar de mi transe cuando vi de nuevo a mis padres y hermanos gritándome cuando volvía a llegar al pueblo, era casi el final de la segunda vuelta de 60 kilómetros y no sentía cansancio alguno, de hecho me sentía fuerte para enfrentar la tercera y última vuelta a la isla. Realmente estaba disfrutando mi ironman al máximo. Volví a pasar por la ciudad. En una de sus calles, al virar a la izquierda, vi de nueva cuenta el tapete azul que cronometraba los tiempos de los competidores, me desenclipé de mi pierna izquierda donde el chip se alojaba en mi tobillo, bajé la velocidad un poco y arrastré mi pie por el tapete, escuché el “bip” del marcaje de mi paso, me enclipé de nuevo y aceleré el paso.

Recuerdo que otro compañero de aventura que pasaba justo conmigo por el tapete de cronometraje me comentó: “no necesitas bajar el pie para que te marque tu pasada el chip” y le contesté: “gracias, pero he tenido un poco de mala fortuna en los pasados eventos en los que no me marca el chip de la pasada de la bicicleta y no he podido saber mis tiempos parciales con exactitud, además de que gente incluso a llegado a dudar de que no hago las tres vueltas aunque los tiempos cuadren con exactitud al final”. Aquél compañero respondió: “así pues hasta bájate de la bicicleta, que putada que la gente crea que no diste una vuelta”.

Rodé un poco más con dicho “amigo” español y después ya no lo volví a ver en toda la competencia, sin embargo nuestra efímera conversación me sirvió para vivir algo diferente. Seguí pedaleando con la misma furia por las calles de Cozumel, cuando de nueva cuenta crucé justo frente a mi hotel, donde una vuelta atrás, casi una 1 y 45 minutos antes, se encontraban mi esposa y mis hijos. Los busqué con la mirada mientras pasaba a toda la velocidad que mis piernas me permitían, no los encontré hasta que un grito descomunal salió del diminuto cuerpo de mi esposa: “¡Vamos Ricky!” escuché, y volteé hacia atrás para tener ese alimento visual. Efectivamente, ahí estaban los tres, brincando y gritando, yo solo levanté mi brazo derecho en señal de que los había escuchado y que iban viajando en mi corazón. Es increíble como entre tanta gente uno escucha el grito de los nuestros, como si el mismísimo amor tuviera un tono y un vibrato especial, ese fue el grito de amor más motivante de los últimos días.
Me incrusté en la carretera que pasaba frente a Chankanab en donde las dos vueltas previas existía el viento a mi favor, ahora la historia y dicho viento habían cambiado, no había mas de mi amigo que me empujara, así que no pude levantar los 40 kilómetros por hora ya que ahora el viento había cambiado de dirección y se tornó en contra.

Pedaleé con mucha concentración durante más de una hora, el viento golpeaba mi casco y yo al mismo tiempo distraía a mi mente consciente con una pulsera rosa que mi hija me había pedido que usara durante el Ironman. La pulsera grabada en una plaquita de acero decía: “Regina Sala Martínez. Si me separo de mi familia deja de latir mi corazón”. Imagínense, algo así era como un rayo de electricidad que cruzaba por mi cuerpo, que me daba la energía para seguir pedaleando con todo mi ser por los últimos 60 kilómetros.

 No me detuve en la parte de las necesidades especiales (special needs), ya lo había planeado así y no los ocupé, iba comiendo lo necesario para mantener mi energía proveniente de los alimentos. Preparé en mi bolsa de alimentos desde cacahuates, pastillones de dulce y membrillo deshidratado con azúcar, además de unos geles, ese fue mi alimento durante las cinco horas y media que duró mi parte de la bicicleta.

La última parte, cuando pasaba por el ya mencionado boulevard que me llevaría finalmente hasta la zona de transición dos, sentí como volaba literalmente por la calle. Apreté el paso como si la competencia terminara con la bicicleta y que no tenía que correr un maratón después de ello. Vi de nuevo a mis padres y hermanos, apoyándome, pero en ésta ocasión los veía difusos, como si la velocidad no me permitiera detenerme a ver los detalles, iba totalmente concentrado en la energía de mis piernas, fue cuando sentí que las llantas no tocaban la carretera, flotaba a la velocidad del viento, a pesar de que el viento lo sentía de lado y no a favor.

Llegué a la ciudad. La gente gritaba entusiasmada. Había más gente que en las primeras dos vueltas y sentía la energía a tope. Desabroché mis zapatillas y me alisté para bajarme de la bicicleta en la zona de desmonte. Dejé a mi compañera de viaje, un voluntario la tomó y me dirigí a recoger la bolsa en donde se encontraban mis cosas para correr. Noté algo: había demasiadas bolsas colgadas, digamos que estaban colgadas la mayoría. Tomé la mía. Corrí hacia la carpa para cambiarme, observé una silla, me sentí como cuando un boxeador ve el banquillo en su esquina después de un duro round, me desplomé en ella. Fue cuando noté que estaba muy agotado de mis piernas… mas no de mi corazón. La pedaleada con el viento me estaba cobrando factura mientras buscaba entre mi bolsa de correr mis tenis y calcetas. En ese momento apareció otro voluntario que me preguntó: “¿necesita ayuda?” Contesté, “Sí, gracias, ayúdame por favor a guardar mi casco dentro de la bolsa”, mientras yo mezclaba mi alimento en un bote de agua que había preparado una noche antes. Lo agité, me tomé un minuto para restructurar mi cuerpo, le di algunos tragos a mi mezcla apresurándome como cuando te vas de prisa de la barra de un bar y bebes tu cerveza de un solo sorbo.

Me paré de la silla tan bien como la haría el boxeador que enfrentaría su último round. En ese momento me percaté de que debía de hacer algo diferente para disfrutar el maratón, así que decidí cambiarme de cuerpo y entré en un cuerpo nuevo, un Ricardo nuevo el cuál no había ni nadado ni pedaleado anteriormente. Una sonrisa se dibujó en mi rostro, me puse mi gorra y lentes de sol, salí de la carpa renovado y escuché como la gente ovacionaba mi salida de la misma para iniciar mi recorrido de 42 kilómetros.


La gente gritaba: “¡Sí se puede Ricardo! ¡Vamos México!”, pero no era que yo fuera un famoso, el número en mi dorsal contaba con mi nombre y nacionalidad impreso en el mismo, con lo cual la gente puede dirigirse hacia uno como si fuera un familiar o amigo de toda la vida. Así inició mi recorrido en el maratón, con una sonrisa en el rostro, un cuerpo renovado y la energía a tope.


Los primeros 10 kilómetros los crucé con mucha satisfacción, viviendo al máximo el momento, de hecho, utilicé mi habitual trance de detener el tiempo, o más que detenerlo simplemente dejarlo en un plano humano y pasar a algo espiritual. El tiempo es una cuestión inventada por el hombre, por lo tanto podemos en otro nivel de pensamiento manipularlo a placer, eso fue lo que hice y solo me dediqué a dar dos pasos a la vez, pie izquierdo y pie derecho, con mi energía vital moviendo mis extremidades. Así transcurrió la primera de mis tres vueltas de catorce kilómetros cada una. Al llegar a la zona de retorno, vi de nueva cuenta a mi familia, ahora era más el contacto ya que iba corriendo y no en bicicleta. Mi hija incluso corrió junto conmigo durante unos metros. Me encantó verla ya que vestía un trisuit idéntico al mío. Sentí una conexión impresionante, incluso llegué a visualizarme y a recordar mi niñez, cuando corría o pedaleaba en la privada en donde crecí y jugaba que estaba en una competencia internacional.

Ahí volví a llorar un poco más, pensé en lo sentimental que era recordar mi niñez mientras corría en la actualidad, ahí utilicé otra herramienta mas para continuar la segunda vuelta del maratón, corrí como un niño de diez años. Era yo de niño corriendo, ligero, lleno de energía, claridad mental y alma pura, mantuve dicho estado hasta que no sentí que mis piernas estaban más duras de lo normal, lo cuál hizo que despertara de mi trance. De pronto llegaban pensamientos que no eran útiles, como diálogos internos que me decían: “dejaste todo en la bicicleta Ricardo, no debiste”,  en eso cortaba de tajo dichos pensamientos ya que no eran de utilidad y me aferraba a la satisfacción.

Recuerdo haber pensado lo lindo que es estar corriendo por Cozumel en un Ironman, me llené de nuevo de energía positiva y continué mi camino. Había apoyo de todo tipo, desde gente bebiendo cerveza que te ofrecían una de forma cómica, hasta un cartelón que recuerdo que sostenía un joven de unos 13 o 14 años que decía: “Finishing is the only fucking option”. Otro más que sostenía una persona de la tercera edad decía: “Nobody quits today” y otros en español que mencionaban cosas como “Tu familia te espera en la meta”. Ese cartelón fue el más poderoso de los que leí, ya que efectivamente mi familia me esperaba en la meta. Automáticamente apreté el paso y me dispuse a terminar la segunda vuelta. Ahí vi a mi familia de nuevo, en ésta ocasión mis dos hijos corrieron algunos metros junto a mí. Un buen amigo nos tomó una foto que sin duda cobrará valor con el paso de los años. Te sientes vivo al saber que puedes capturar para siempre en una imagen esos momentos.

Tengo un recuerdo de mis anteriores Ironman en la isla de Cozumel, cada vez que termino mi segunda vuelta en el maratón, me dirijo a la gente y con mucha energía me prendo y grito: “¡Sólo una vuelta más!” En mi mente es solo una vuelta, siento que no es nada ya para terminar, sin embargo la gente que se encuentra fuera sabe que aún faltan catorce kilómetros para terminar, pero para uno como competidor solo falta una vuelta, es decir, nada.

Cuando llegué al último retorno, empareje a otro competidor y le dije con ánimo: “Vamos, solo siete kilómetros más” y me respondió con un tono cordial, como si fuéramos viejos amigos: “No Ricardo (recuerden mi nombre en el dorsal), yo apenas voy en la segunda vuelta, aún me faltan veintiún kilómetros”

Mis subsecuentes palabras hacia mi amigo fueron de aliento, recuerdo haberle dicho: “Qué envidia, aún te queda tiempo para recorrer éstas calles, escuchar a la gente, vivir como los voluntarios se desviven por darte alimento y bebida, pensar en lo lindo que es un reto de ésta naturaleza” y finalicé: “A mi sólo me restan siete kilómetros para vivir ésta magia, disfrútala”.
 Nuestra conversación no terminó ahí, ya que agregó: “No había pensado en todo lo que me habías dicho, muchas gracias porque ya ando muy cansado y no sabía que pensar para solo dejar que pasara el tiempo, ahora siento que quiero dar más vueltas”. En tono de broma repliqué: “No vayas a dar vueltas de más, solo te falta terminar ésta y una mas” y reímos al unísono. Corrimos juntos durante tres kilómetros conversando de nuestros lugares de origen y de temas que se platican comúnmente en eventos de ésta naturaleza. Cuando faltaban solo cuatro kilómetros para la meta me despedí y le dije: “Recuerda vivir lo que te comenté, te ves fuerte y lo terminarás sin duda alguna, te veo en la meta”, y apreté el paso, después de unos segundos me gritó fraternalmente mientras me alejaba: “Vamos Ricardo, cierra con todo” y, efectivamente, empecé a correr con todo lo que mi cuerpo me permitía. Recuerdo vagamente pasar puntos de abastecimiento sin detenerme, iba disfrutando lo último que me quedaba del Ironman. 

Empecé a escuchar a lo lejos la música que había en la meta, escuchaba la algarabía de la gente y sabía que en cualquier momento aparecerían mis hijos y mi esposa. Seguía corriendo y la gente gritaba mi nombre, en ese momento vi a mi familia, sostenían un muñeco de peluche, lo cuál lo hacen cada año para que cruce con él, también me entregaron una rosa y lo más divertido de todo fue cuando me entregaron la máscara del super héroe de los comics de Marvel, obviamente: ¡Ironman! Era perfecto, un ironman con una máscara de Ironman terminando un Ironman. Seguí corriendo y me la puse como pude. Noté a la gente espectadora y parada a unos metros de la meta con cara de felicidad y risas cuando veían a un tipo vestido de triatleta pero con máscara de Ironman. Me sentía mi hijo, fan de todos los súper héroes, que desde Saltillo me había dicho cómo posicionara los brazos y las manos para parecerme al mencionado héroe.
Así ingresé en el “Pasillo de la Victoria”. Es el pasillo final que te conduce hacia el arco de meta. Iba volando con risas y lágrimas por debajo de la máscara, sentía que era yo de niño y solo veía flashazos de cámaras fotográficas en el público. Así corriendo con los brazos detrás de mí, abiertos de súper héroe, llegué hasta la meta.

Me detuve justo en el tapete de cronometraje bajo el arco de llegada, hice una pausa e hice el movimiento de Ironman que mis hijos me habían enseñado y encargado. Es indescriptible ese momento, pero las palabras sobran, no se necesita explicar.

El Ironman había terminado para mí. Caminé por la zona de recuperación, por cierto con muy pocos competidores que habían terminado. Se respiraba tranquilidad pero un poco de soledad, éramos realmente pocos. Me colgaron la medalla, caminé un poco por dicha zona y me sumergí en una de las albercas inflables con hielo. Solo había una persona conmigo, el agua aún estaba cristalina y con hielo, por lo tanto me senté y empecé a conversar con ese competidor. De pronto, se acercaron dos voluntarios y, como si fuera un peculiar restaurante, nos preguntaron: “¿desean algo?, ¿pizza?, ¿una sopa?, ¿un refresco?” Ambos contestamos: “¡Pizza! Si gracias, queremos una pizza por favor”. En menos de un minuto estábamos platicando de lo dura que había estado la parte del mar… pero con una pizza en la mano sumergidos en una alberca de hielo.

Conversamos aproximadamente 10 o 15 minutos y nos despedimos. Nos abrazamos y felicitamos, nunca en mi vida lo había visto antes ni él a mí, pero así es esto de los Ironman, nos une un sentimiento fraternal inexplicable.

Me salí y fui a reunirme con mi familia en el punto acordado para ello. Recuerdo haber ido llorando de nueva cuenta, sentía que los minutos eran eternos mientras cruzaba la plaza que me llevaría al encuentro con ellos; los vi a lo lejos y corrieron hacia mí. Los abracé a cada uno como pude, ya que me encontraba muy estropeado y mal aseado, era una combinación de sudor, sal de mar, sal de lágrimas, agua… y todo lo que fui recogiendo en una jornada de 11 horas y media de ejercicio y vivencias increíbles.
Así terminó mi Ironman del año 2012, con un aprendizaje extraordinario, sabiendo que no tenemos control del clima pero sí tenemos control de nuestras acciones y actitudes. Sabiendo que para conseguir una meta nos debemos de adaptar a lo que tenemos y no a lo que deseamos. A saber que Dios vive dentro de cada uno de nosotros y que la relación con Él debe de ir en aumento cada minuto, cada hora y cada día de nuestra existencia.

Todo lo anterior sumó para mi persona, para crecer como ser espiritual en un solo día. A partir de ahora era un hombre diferente, con nuevos aprendizajes gracias a ese reto llamado IRONMAN.

jueves, 6 de diciembre de 2012

Compromiso con la meta



Compromiso con la meta


Poner la voluntad total de cumplir un objetivo es el valor del compromiso. 
Todo prospera cuando las personas nos comprometemos con un proyecto. Sin importar cuánto trabajo represente, cómo influyan los factores externos y cuáles sean los retos que imponga un impedimento o nuestras limitaciones, el compromiso es la fuerza motivadora del éxito.

Por eso, entre los cinco valores del programa 1000 Kilos + 10K, privilegiamos éste, porque impone a los participantes una forma de asumir el reto que no sólo los fortalece, sino que además reafirma la disciplina y, sobre todo, hace prosperar el mecanismo con el cual la mente desarrolla los hábitos deseables.

El compromiso se nota cuando una persona privilegia el proyecto sobre otros asuntos de su vida. Se advierte cuando un error sirve para aprender, está ahí cuando el dolor de una lesión sólo retrasa sin cancelar. El compromiso es una fuerza que nace del corazón de cada persona y permanece ahí hasta tener éxito.

Rapport entrevistó hace algunos días a Enrique Torres, quien este año intentó el reto Ironman en Cozumel y no logró iniciar la fase ciclista, pues la etapa de nado marítimo la completó 12 minutos excedido del tiempo reglamentario. Así que después de año y medio de entrenamientos y diversas participaciones en pruebas atléticas, simplemente fue sacado del Ironman. Adiós Enrique, te llamabas.

Pero es aquí donde el valor del compromiso surge. No nos sorprendió que bajo el entrenamiento con el Método Rapport, Enrique expresara su deseo de reintentar la prueba. Lejos de agüitarse y mandar al caño el proyecto de convertirse en un Ironman, nuestro participante nos dijo: “De que lo hago, lo hago”.

Entonces, lo que pudo desanimar a otros y obligarlos a renunciar, no fue mas que una etapa de aprendizaje para él. Su compromiso con el proyecto le tiene marcado en la cabeza la idea de ser un Ironman, así sea que complete la prueba a los 100 años. En los próximos años lo veremos reintentar.

En un post anterior, comentamos el valor de la disciplina. Algunas personas confunden el compromiso con la disciplina. Pero entendemos la disciplina como una actitud distinta y complementaria. Compromiso es voluntad, disciplina es orden. Para cumplir la meta del programa 1000 Kilos + 10k necesitaremos ambos… y más. 
Que tengas un excelente día.

miércoles, 28 de noviembre de 2012


Dalia de hierro.


Dalia Ferriño, la primera mujer saltillense que termina la dura prueba Ironman platicó después de su éxito con Rapport. Le llamamos por teléfono para conocer sus ideas y emociones. Luego luego nos pasó a Enrique, su esposo, que lo intentó también, pero no terminó la prueba:

P.- Hola Dalia. Bien contentota ¿verdad?
DF.- Sí, bien contentota (ríe).

P.- Yo creo que ahorita nadie te merece Dalia ¿no?
DF.- (Carcajada) No, no, no.

P.- Hasta donde sé, tú eres la primera mujer saltillense que termina el Ironman.
DF.- Al parecer sí.

P.- ¿Qué se siente, Dalia?
DF.- Pues imagínate. La verdad no iba por eso, pero se siente padre. Lo que quería era hacer uno, sin importar que fuera la primera o no. Y ya lo hice, me costó mucho trabajo y estoy súper contenta, la verdad.

P.- ¿Cuántos años tienes de que empezaste a trabajar para ser una atleta de alto rendimiento?
DF.- Empecé apenas hace dos años hice el 21K de Saltillo, en 2010, la primera vez. Después seguí corriendo y en julio tuve mi bicicleta… y ya, ahí empecé. Tengo año y medio.

P.- ¿Y antes qué tipo de deportista eras?
DF.- Siempre he hecho ejercicio desde chiquita, pero no así de alto rendimiento. Estuve en karate, Tae Kwon Do, box y el gimnasio, normal.

P.- Tú te preparaste en Rapport, ¿verdad?
DF.- Sí.

P.- Y para efectos del Ironman, ¿cuánto tiempo te llevó prepararte?
DF.- Empecé a prepararme en febrero de este mismo año. Pero primero para el medio Ironman de hace dos meses. Después descansé tres días y a seguir preparándome para el completo.

P.- ¿Cómo te describes a ti misma, en términos deportivos?
DF.- Luchadora, no me doy por vencida. Me encanta el deporte y entonces no es un sacrificio para mí. Si se convierte en un sacrificio, mejor no lo hagas porque no lo disfrutas, ni nada.

P.- ¿Qué vino a tu mente durante la prueba, en cada etapa de ella?
DF.- En la nadada al principio, iba disfrutando el agua dos kilómetros. Ya después con la corriente en contra que no podías avanzar… ay pensaba en mis hijos y en todo lo que me motivó.

Después en la bicicleta tienes que trabajar mucho con la mente, porque son tres vueltas, y en cada vuelta había un pedazo de 20 kilómetros de mucho viento, que sabías que tenías que volver a pasar y fue muy difícil. Tienes que trabajar con la mente, porque si no, no la haces. Y la corrida, al principio me sentía súper bien, las dos primeras vueltas, y la última, híjole, la corrí con el corazón…

P.- ¿Más que con las piernas (irónico)?
DF.- Sí, sí, te lo juro, fue muy difícil. Veía el zacatito y quería echarme y ya no levantarme.

P.- ¿Cuántas horas?
DF.- 15 horas y media.

P.- Debe haber algo muy profundo que te motive ¿no?
DF.- Me motiva mucho el no quedarle mal a la gente que cree en mí. Que sabe que lo puedo lograr. Mis hijos, mi marido. Ellos fueron mi motivación para seguir y terminar.

P.- Descríbeme el sentimiento de cruzar la meta.
DF.- Híjole, es un sentimiento parecido a cuando tienes un hijo. De veras. Te sabe a la gloria llegar a la meta.

P.- Y además es tu primera vez y ¡es un Ironman!
DF.- Sí. De hecho, durante toda la carrera se te cruzan todo tipo de sentimientos. De repente te da una emoción, de repente te dan ganas de llorar, de repente me reía. Todas las emociones están en tu cuerpo todo el tiempo.

P.- Creo que eres una persona extraordinaria, Dalia.
DF.- Gracias.

P.- Creo que lo que tú haces puede ser inspirador y ayudar a otras personas. ¿En qué crees que te has convertido?
DF.- No, no. Todo sigue igual. No siento que me he convertido nada. La verdad, ser un Ironman es un orgullo.

P.- ¿Pero no piensas que eres una persona especial?
DF.- Yo no. Cualquiera lo puede hacer.

P.- ¿Es cuestión de decisión y de método, no de capacidad?
DF.- Claro… método, disciplina y cualquiera lo puede hacer. De hecho ese es uno de mis pensamientos: si otra persona puede, ¿por qué yo no puedo?

P.- ¿Qué nos dices a los que no hacemos ejercicio? Véndeme el Ironman para que lo haga.
DF.- Te puedo decir que te puedes arrepentir de no hacerlo, pero nunca te vas a arrepentir de hacerlo. Nunca, de veras.

P.- ¿Tú estás casada y tienes hijos?
DF.- Sí, son casi adolescentes. Ya están grandecitos, por eso me puedo poner a hacer esto, si fueran más chicos, no. Yo lo que trato de hacer es, en la mañana todo el ejercicio que puedo, y en la tarde me dedico a ellos.

P.- ¿Cuántas horas le dedicas al entrenamiento al día?
DF.- Al día unas cuatro horas, y otros días, dos. Ya cuando hacía hora y media sentía que no hacía nada.

P.- ¿Te daba cruda moral con hora y media?
DF.- Sí… y también sábados y domingos.

P.- ¿Tú trabajas?
DF.- No.

P.- Tienes la suerte de ese tiempo…
DF.- Exacto, y si no fuera por eso, tampoco.

P.- ¿Qué comes Dalia?
DF.- De todo y mucho. A veces piensan que pura cosa de dieta y fruta y no, no, no. O sea, durante los entrenamientos me comía unas Zucaritas. Entre la bicicleta y que me iba a comer, pues unas Zucaritas… unos Bimbuñuelos, de todo. Necesitas muchos carbohidratos.

P.- Sí, porque los quemas, tu metabolismo está al 100…
DF.- Exacto. Y si no comes carbohidratos, lo que quemas es el músculo. No, no no, en cuanto a dieta, de todo. Y tomaba vitaminas y minerales… suplementos.

P.- No pienses que no soy un caballero, pero ¿qué edad tienes?
DF.- 37 años.

P.- Es una edad ideal parta hacer el Ironman ¿no?
DF.- Sí. Ésta o más grande. Es buena edad para empezar.

P.- Oye, pues felicitarte. Para mi tu caso es una grata noticia. Eres un orgullo paras nuestra ciudad y no sólo para tu familia. También para Rapport.
DF.- Gracias, gracias. Un abrazo.

Pásame a Enrique…

P.- Enrique, para no cerrar la entrevista sin conocer tu caso. A ver, dime, ¿qué sucedió?
E.- Le pegué duro a la nadada. Yo venía con la idea de hacer 1:40 horas en la nadada. Y pues no, no lo logré. Había mucha corriente en contra y dure 2:32, me pasé 12 minutos de mi tiempo límite para la nadada.

P.- Las reglas te descalifican ahí ¿verdad?
E.- Sí, ahí mismo. De hecho no te dejan ni continuar. Dije, bueno, ya estoy descalificado, pero lo hago. Pero no, te dicen que no puedes salir porque luego te metes con los que siguen y… no. Te dejan ahí un rato para asegurar que no puedes continuar. Y ni modo, lo único que me queda es continuarle para el próximo, seguir entrenando y darle fuerte a la natación.

P.- Pero no te oigo voz de decepción.
E.- Para nada. Di todo lo que tenía que dar y más. Le di más fuerte de lo normal porque vi que estaba la condición muy dura… y para nada. Me sentiría mal si hubiera ido flojeando en la competencia o me hubiera valido, si no me hubiera cuidado. Pero di todo lo que tenía, lo único es que no soy rápido para la nadada. Venía con 40 minutos de colchón pero no la hice con esos 40 minutos y ni hablar. El año que entra me desquito.

P.- ¿Cuánto tiempo te preparaste para este proyecto?
E.- Mira, nos preparamos juntos Dalia y yo, pero ella siempre ha sido muy deportista. Y yo entré a Rapport apenas a finales de julio…

P.- ¿Cómo? ¿Tienes apenas un poco más de un año y ya andas de Ironman?
E.- Pues no, no ando de Ironman. porque no terminé…

P.- Pero sí lo intentaste, maestro. O sea, ya con eso, digo, sin esos 12 minutos puedo pensar que habrías acabado la carrera independientemente del tiempo.
E.- Sí, yo creo que sí.

P.- O sea, sí te aplicaste fuerte (en el entrenamiento)…
E.- Fíjate que no tanto porque como te digo, trabajo. Entonces, yo lo que hice fue que empecé corriendo allá por finales de junio del año pasado. Y luego corrí un 10K, luego un 21K dos meses después, y dos meses después hice un maratón, dos meses hice un ultra de 80 kilómetros y luego fue cuando decidimos Dalia y yo hacer un medio Ironman. Pero yo no tenía ni siquiera bici y no nadaba prácticamente nada. O sea, me metía nomás al agua para jugar con los niños y hasta ahí, pero nadar, nadar, no.

P.- Me identifico contigo…
E.- (Ríe)… después hicimos un triatlón corto. Ahí me estaba muriendo. Luego hicimos el olímpico en Monterrey. El tiempo por en ca’lafregada, yo nunca había nadado mil 500 metros seguidos. Luego nos aventamos el medio, y luego a pegarle más que todo la nadada, porque era mi punto más débil… bueno, eso y la bici. Y pues bueno, alcancé a nadar en dos ocasiones 4 mil metros. La bici hice en una ocasión, le metí en la Mision Raid de 150, pero me levantó en un pedazo mi tocayo Enrique, y luego me volvió a dejar para seguirle, pero no los hice completos.

P.- Al estilo Roberto Madrazo…
E.- Algo parecido, pero aquí era diferente porque para mí era entrenamiento.

P.- ¿Qué te motivó? Era algo personal, mejorar talla…
E.- No, la parte de talla y eso nunca me importó, pero realmente sí he bajado un chorro. ¿Qué me motivó? Fíjate que en el 21K del año pasado, vi que llegaron todos (los de Rapport) a la meta y estaban bien eufóricos y un ambiente bien padre. Yo nunca en mi vida había hecho nada, pero nada es nada güey, ni en primaria, ni en secundaria, ni en prepa, ni carrera, ni nada. Y todos estaban muy felices y dije: pues algo ha de tener de bueno. Y por eso me metí ¿eh? Luego ¿qué me motivaba? Pues yo no le puedo pedir a mis hijos que hagan deporte si me ven tirado ¿estás de acuerdo?

P.- Sí, sí. Pero lo que has hecho, para empezar de cero, llevar un año, las pruebas que dices y haber tenido la osadía de echarte un clavado al mar e intentar el Ironman… digo, yo creo que estás al más alto nivel.
E.- Mira, yo nunca me he rajado a nada. Es el primer reto que me impongo en la vida, de cualquier tipo, que no logro. Pero no me siento mal porque lo di todo, no dejé nada.

P.- Pero además lo podrás volver a intentar.
E.- Claro. De hecho, lo voy a volver a intentar y si lo vuelvo a tronar, lo vuelvo a intentar. Aunque lo haga a los 100 años, pero de que lo hago, lo hago.

P.- Excelente… dicen que estás loco.
E.- Pues un poquito a lo mejor. Por ahí leí hace tres días que el triatlón es un deporte mental y que casi todos los que lo hacen están locos. A lo mejor tiene algo de cierto.

P.- Pues te felicito, mi estimado. Qué padre que tuviste esta experiencia y a darle duro.
E.- El año que entra nos hablamos y ya te digo cuánto tiempo hice, güey.

P.- Órale.

sábado, 24 de noviembre de 2012

¿Cómo piensa un Ironman? Segunda Parte



En esta segunda parte de la entrevista con el Ironman saltillense, Ricardo Sala, platicamos sobre el grupo local de competidores que hará la prueba más dura del planeta y cómo es la relación de un competidor de este nivel con Dios.
Aquí la segunda parte de la entrevista. Fragmentos:


P.- ¿Tu aparte compites con tu compromiso de ser Rapport? ¿Debes probar que lo que tú haces debe llegar a un resultado?
RS.- Fíjate que hace un par de años, me dijo un compañero a cinco minutos de iniciar el ironman. Me dice: “Ricardo, tu te has de sentir presionado por el proyecto que tienes, por toda la gente que mueves, que debes hacer un tiempo ¿no?” Y le dije: “Claro que no, porque justamente eso es lo que enseñamos, a que no se compite por una medalla o un tiempo, sino por los valores y el honor”.

Para mí no hay nada de presión, no debo demostrar nada a nadie. Porque practicando los valores es como pones el ejemplo y es la congruencia que damos con las personas que se entrenan aquí.

P.- ¿Tú llevas un grupo de saltillenses al Ironman?
RS.- Ahorita vamos cinco saltillenses. Lo que me gusta de este año es que hay cosas padres y valiosas que comulgan con la filosofía de Rapport. Va una pareja, esposo y esposa, que van a hacer un ironman completo. Imagínate el proceso que vivieron ellos como pareja, con hijos, el señor con su responsabilidad, la señora como ama de casa, con el cuidado de los niños. Y entrenar unidos, conjugadamente, o dividiéndose responsabilidades con tal de que no se quiebre la meta, para mí es súper valioso. Número dos, hay otra mujer, que junto con esta última, van a ser las primeras mujeres ironman saltillenses.

P.- ¿Tú las entrenaste?
RS.- Son parte de la familia Rapport, sí, y yo las entrené, es correcto. No hay ninguna mujer en la actualidad en Saltillo, que sea Ironman. Y van dos.

P.- ¿Cómo se llaman?
RS.- La pareja es Enrique Torres y Dalia Ferriño, y la otra chica es Hortensia Hernández.

P.- Me estás dando nota aparte.
RS.- Es muy padre ¿verdad? Y aparte comulga con lo de la familia que queremos seguir. ¿Sabes que está pasando? Estamos poniendo énfasis en que si vas a entrar a un reto de maratón o lo que sea, y eso hace que tu familia se distancie de ti, uy, eso no queremos. Porque sí hemos visto personas o parejas que por entrenar descuidan a sus familias y ellos están metidos en su reto, y al no tener esa parte de conjunción, se pierde y se quiebra la familia.

Lo que queremos ahora es hacer énfasis en que si a alguno de los dos de la pareja no le gusta el deporte, hay muchas formas de unirse al proyecto y que al igual tú vivan el proceso como apoyo externo. En Rapport vamos a trabajar con familias y que Rapport una a las familias y no las separe por un reto deportivo. Entonces, aportamos valores y unión familiar. Por eso para mí es muy especial que esta pareja lo haga juntos. Imagínate las historias que han de haber pasado y me imagino que hubieron problemas que debieron haber sorteado.
 
P.- Después de competir ¿Qué tipo de personas van a regresar a Saltillo?

RS.- Híjole, otras personas definitivamente. Se van unos y regresan otros. Sobre todo los que van por primera vez. Porque nunca han vivido esa experiencia que te da una formación que no tiene nada que ver con nadar, pedalear o correr. Me queda clarísimo.

Cuando pasas el arco de la meta y te dicen “Ahora eres un Ironman” y te cuelgan la medalla, dices, ¡uf! Es lo máximo, no deportivamente hablando, sino espiritualmente y como persona. Yo dije: Todo mundo debería ser un Ironman, no como deportistas, sino como aprendizaje en tu vida, de que todo lo puedes lograr.

P.- ¿Cuál fue el papel de Ricardo Sala y de Rapport en el proyecto de este grupo de cinco saltillenses en el Ironman?
RS.- Un guía. Alguien que ya estuvo ahí. Así me sentí. Yo ya estuve ahí, eso es muy importante en la filosofía Rapport, la sabiduría, es decir, no creo saberlo, ni les di mis consejos y entrenamientos con un libro, ni con apoyo de internet, sino con lo que yo viví en años anteriores. Todo lo que me preguntaban, lo compartía. Me abrí para ellos, entregué toda mi energía para que ellos lo consiguieran y animarlos.

P.- Dentro de la filosofía de Rapport, observo que la parte espiritual la consideras muy importante.
RS.- Nos ayuda mucho a través del entrenamiento físico y de valores. Yo creo que la relación que va creciendo con Dios en tu interior, es parte fundamental que suma a todo el proyecto. No veo el aprendizaje integral sin esa parte en la que tú tienes esa relación personal de amor y bondad con Dios.

P.- ¿Lograr el Ironman sin Dios es posible?
RS.- Si, claro. Hay que respetar, Dios habla de respeto, hay que respetar todas las creencias, formas de pensar. En Rapport no atravesamos esa libertad. Yo lo he hecho al lado de Dios y también lo he hecho pensando que estaba alejado de Dios. Yo sé la diferencia. Por cuestiones que en su momento tuve dudas, que Dios me puso pruebas para dudar de Él, de su bondad y misericordia, yo estuve alejado de Dios unos años. Ahorita se lo agradezco que haya sido así. Yo hice algunos Ironman alejado de Dios y he hecho otros más con Dios y sin duda alguna a mí me deja más con Dios ¿verdad? Sé esa diferencia.

P.- ¿Cómo se expresa esa presencia de Dios en un Ironman?
RS.- Yo vivo a Dios y veo que vive en mí. Soy un ser de carne y hueso, pero el que corre y nada y pedalea es Dios en mi cuerpo. Esa es una forma de cómo adherir la parte espiritual. Yo tengo un cuerpo prestado y tengo que hacer buen uso de él.

P.- ¿Cómo animarías a la gente a involucrarse en el Ironman?
RS.- Es un reto muy bonito, no tiene sólo que ver con el deporte. Es una gran excusa para alguien que quiere crecer personal y espiritualmente. Hay gente que lo hace sin piernas o sin brazos y ves que todos pueden. Nadie es más que otro, sólo vivimos una experiencia diferente. Todo mundo puede ser un Ironman.